Pensamiento y deseo. Parte 3
Alessandro Rusticelli4. El deseo en el hinduismo y el budismo
El hinduismo siempre ha reconocido la naturaleza dinámica del deseo y su fuerza poética, incluso la ha venerado. Desde sus orígenes, la figura mitológica de Kamadeva, el dios del deseo , ha ocupado un lugar destacado en la literatura hindú.
En el Atharva Veda, por ejemplo, Kama es mencionado como el más poderoso de los dioses y se le dedica un himno entero.
En el Rig Veda se describe incluso como una fuerza capaz de despertar en Brahma el impulso de crear el mundo.
Inicialmente, el deseo se concibe principalmente en términos cosmológicos: es la causa de la diferenciación de los fenómenos a partir del Uno y, por lo tanto, del nacimiento de la realidad tal como la percibimos. Como señala David Webster, se representa como una fuerza que actúa sobre la mente del hombre casi desde el exterior, indicando que trasciende toda posibilidad de control racional. El deseo, es decir, actúa a pesar de la persona, ejerciendo a través de ella su poder creativo.
Con la maduración del pensamiento filosófico indio y el advenimiento de las Upanishad, el análisis del deseo se vuelve cada vez más psicológico. Kama no es solo un constituyente del cosmos, sino también parte de la experiencia de cada individuo. Esta fuerza interna se considera el motor de toda acción física y mental (el pensamiento) y, como tal, está implicada en el proceso kármico y en la perpetuación del ciclo del samsara.
Poco a poco, entonces, la reflexión de los filósofos hindúes se desplaza del poder generativo del deseo hacia su regulación. Los dioses pueden crear con el instrumento del deseo, pero los seres humanos que intentan ejercer este poder para sus propios fines deben ser cautos, pues puede llegar a dominarlos. Comienza a madurar la idea de que el deseo es algo que debe ser eliminado, trascendido o disciplinado, ya que resulta peligroso para la vida espiritual del hombre y su liberación.
El análisis de la relación entre el deseo y el sufrimiento será profundizado aún más por el Budismo. El paso del deseo a la infelicidad es un proceso muy bien descrito por Buda. Según él, el ser humano vive perpetuamente en una condición de insatisfacción: a bien ver, se trata de un sufrimiento que no es inevitable y no proviene del exterior. Tiene su origen en nuestro interior, en el hecho de que pensamos encontrar la felicidad duradera en aquello que, en cambio, es transitorio y sujeto al cambio.
El deseo en sí mismo no es una fuerza negativa, pero se convierte en fuente de infelicidad cuando está mal dirigido, es decir, cuando se orienta hacia algo que no podemos controlar o que está destinado a cambiar y desaparecer. Nuestros deseos son constantemente engañados por la transitoriedad de la existencia, y de esta manera su poder creativo se disipa dejando tras de sí solo dolor. Solo aprendiendo a reconocer y apreciar el mundo en su transitoriedad, podemos llegar a una vida capaz de verdadera alegría y creatividad. Como decía nuestro Séneca: nada hace feliz al hombre, a menos que su mente se reconcilie con la posibilidad de la pérdida.
Algunas reflexiones budistas sobre el deseo pueden evocar la idea psicoanalítica de la sublimación. Se trata de un concepto psicológico introducido por Freud y posteriormente desarrollado por otros teóricos, entre ellos el ya mencionado Lacan. Se refiere al proceso mediante el cual los deseos inconscientes se transforman en comportamientos socialmente aceptables, creativos o productivos.
En esencia, la sublimación canaliza las energías psíquicas hacia comportamientos constructivos y socialmente relevantes.
Aunque en el budismo no se habla explícitamente de sublimación, sí está presente la idea de un proceso de transformación y transmutación de las energías mentales a través de la práctica de la meditación y el cultivo de cualidades como la ecuanimidad y la compasión.
En cierto sentido, esta alquimia emocional permite al individuo utilizar sus propios recursos de maneras que contribuyen al crecimiento y al bienestar propio y ajeno, ampliando su perspectiva más allá de los estrechos límites del Ego.














































